Lo tremendo de esto es que me ha llevado a recordar muchísimos estudios y conversaciones de hace 20 años, y pensar: “¡Pero si estábamos conversando de esto!”. La discusión actual sobre las zoonosis −las enfermedades que pasan de animales a humanos−, y que si el virus provino de un murciélago o de un pangolín, y que no puede haber mercados de fauna silvestre como el de Wuhan, tiene que ver con advertencias que se venían haciendo hace rato sobre el consumo de biodiversidad y la salud de los ecosistemas. Y si seguimos destruyendo los hábitats naturales, hay muchos animales más para futuras zoonosis. Esta pandemia, ciertamente, no va a ser la última..
Yo partí estudiando ecología, y si dejé la ecología y me fui a estudiar a los monos fue justamente por la frustración de ver que estábamos demasiado desconectados del tema de fondo. Ya a fines de los 90, gente como Robert Constanza empezó a advertir que no estábamos comprendiendo los servicios que nos prestan los ecosistemas sanos. Y en un artículo de la revista Science, que fue muy famoso, estimaron los valores económicos de esos servicios. Porque dijeron: “Ya que el idioma que todos hablan es el de los economistas, mostremos a la naturaleza como una empresa que nos presta servicios imprescindibles, así la gente lo va a apreciar”. Cualquier persona entiende que necesita tener agua y electricidad y que eso tiene un costo, ¿no? Entonces, les pusieron número a los servicios que provee, por ejemplo, un bosque: de purificación de agua, de absorción de CO2, etc. Todo eso vale muchísimo más que la carne de un gorila o la madera de los árboles.
La cuenta gigantesca que vamos a pagar ahora es el precio de no entender cómo funcionan esas barreras. Quizás porque ya no nos sentíamos parte de la red de la vida que compartimos con otros seres. Como dice Harari en el título de su libro, nos veíamos pasando de animales a dioses. Ya estábamos pensando en Marte, nos íbamos de acá. De algún modo, perdimos el respeto por nuestra casa. Y ha sido muy impresionante que un simple virus nos devuelva a la naturaleza en tan pocas semanas. Gastamos trillones de dólares en sistemas de defensa y nos tiene de rodillas una hebra de ARN. Es como una cachetada que te dice: “Oye, eras de carne y hueso, déjame recordarte esa cuestión”. O que te manda de vuelta a los griegos: “Momentito, no eres Dios: como mucho, en una de esas, te da para semidiós”. Porque igual hemos logrado cosas increíbles, tampoco nos quitemos mérito. Pero seguimos siendo animales que para llegar hasta aquí tuvieron que coevolucionar con otras entidades, incluyendo los virus. ¡Si esto de los virus y los animales es una danza muy antigua! Y lo interesante es que la biología evolutiva te da luces sobre ese fenómeno, pero también sobre los comportamientos sociales que estamos viendo en respuesta a la pandemia.
Aislarnos en un momento de crisis, por ejemplo, es muy difícil para esta especie. Somos seres sociales cuya sobrevivencia depende, ante todo, del grupo. Es que ahí hay una ironía profundísima: el virus nos obliga a ir en contra de lo que somos para poder protegernos de él. En ese sentido, uno podría decir que este es un virus brillante. A mí me tocó vivir en el Congo lo del ébola, que era mucho más mortífero, pero no tan contagioso, por su método de transmisión. El Covid-19, al matar poco y no tan rápido, se aprovecha muy bien de nuestro comportamiento social. Es como si dijera: “Yo sé que estos animales son incapaces de no interactuar entre ellos durante 14 días, están hechos para eso, así que me voy a quedar aquí piola y dejarlos hacer lo que siempre hacen para pasarme de un humano a otro”. Es un gran estratega, por lo menos. Y otro aspecto que la biología evolutiva puede ayudar a entender son los fenómenos de contagio a través de redes de interacciones. No solo de contagio biológico, también de ideas y de emociones. Como el pánico.
la dicotomía entre emoción y razón no nos ha servido de mucho, porque ser sapiens también es tener emoción, no las puedes disociar. Y si bien hay que decir con mucho énfasis que, por favor ,no cedamos al pánico, porque nos cierra cognitivamente y trae consecuencias graves, reconocer el rol del miedo en nuestra historia es útil para entender lo que nos está pasando. El miedo existe porque ha servido para algo. Y el pánico al contagio, a lo infeccioso, es uno de nuestros miedos más atávicos. En parte, estamos vivos porque tenemos ancestros que alguna vez vieron a alguien muy enfermo y dijeron “uy, qué horror”, y se alejaron. O sea, es muy comprensible que el coronavirus nos aterre más allá del cálculo racional. Porque si fuéramos tan sapiens, tendríamos una planilla Excel en la cabeza que nos diría que es mucho más probable morir de enfermedades cardiovasculares. Y les tendríamos terror a las hamburguesas. Pero como arrastramos miedos atávicos, no tenemos los miedos bien calibrados. Les tenemos más terror a los aviones que a los autos, lo que estadísticamente es absurdo. Y le tenemos miedo a la sangre, a las arañas, a las culebras, mucho más que a un auto. Así que sentir este pánico al contagio es un poco inevitable. Pero tenemos que ser conscientes de él y regularlo, porque darle rienda suelta es peligroso.
La experiencia, al menos, dice que las épocas de desastres muestran lo mejor y lo peor de la naturaleza humana. Lo que pasa es que la dicotomía entre cooperación y conflicto también es un poco engañosa. Las sociedades operan en muchos niveles de organización −el individuo, la familia, el barrio, la empresa, la nación, la sociedad global, etc.− y los ecólogos te van a decir que, para observar los fenómenos de la naturaleza es clave entender que en todos esos niveles hay cooperación y conflicto al mismo tiempo. Tú mismo eres un ecosistema -en tu cuerpo hay más bacterias que células humanas− dentro del cual hay muchos conflictos. Ahora, lo que sí tiende a ocurrir ante amenazas graves es que aumenta la cooperación en los niveles altos, los grandes bandos se agrupan. Y en las últimas semanas han surgido ejemplos de cooperación a gran escala, de coordinación colectiva, bastante interesantes. ¿Cuándo fue la última vez que la humanidad se agrupó bajo un mismo propósito, con la mayor parte de los humanos al tanto de eso? Pero también han saltado a la vista los conflictos de interés. Y la polarización política, por supuesto. Yo creo que nos serviría mucho, para tener una conversación más amigable, observar lo que está pasando con ojo de ecólogo, viendo sistemas complejos en acción.
Fuente: Entrevistas la Tercera